Publicado el 10 noviembre 2025.
El cine argentino vuelve a sorprender con Gatillero, un thriller que apuesta fuerte desde su primer segundo: toda la película está rodada en un único plano secuencia. Sin cortes visibles, sin respiros, siguiendo a su protagonista por la Isla Maciel en una noche donde todo puede salir mal. Y esa apuesta técnica no es un capricho, sino el motor que le da identidad, ritmo y personalidad a una historia contada en tiempo real.
La película nos mete detrás de los pasos de El Galgo (Sergio Podeley), un exsicario que regresa al barrio para intentar recomponer su vida, pero que pronto se ve atrapado en un torbellino de violencia, deudas, traiciones y códigos de supervivencia. El recorrido es literal: la cámara lo sigue como una sombra, entra y sale de casas, pasillos, azoteas y calles con una fluidez que parece imposible para un rodaje real.
Ese dinamismo convierte al film en una experiencia física. No es solo que haya tensión: es que la vivimos a la par del protagonista. La respiración, la urgencia y la sensación de peligro constante funcionan gracias a una planificación quirúrgica y a un equipo técnico que roza lo imposible.
Si el plano secuencia es la apuesta, Podeley es el ancla. Lleva la película sobre los hombros con un compromiso enorme: corre, pelea, huye, sufre y piensa delante de la cámara sin un solo corte donde descansar. Su interpretación tiene una cualidad cruda, humana y vulnerable que termina de dar forma al personaje.
Es uno de los mejores trabajos actorales que ha dado el cine argentino reciente, especialmente dentro del género.
El film es contundente desde lo formal: acción bien coreografiada, una cámara que parece tener vida propia, un ritmo que no flaquea y una construcción del barrio que se siente viva, nocturna y peligrosa.
A nivel discursivo, sin embargo, Gatillero deja espacio para debate. Su retrato de la Isla Maciel es extremo, casi apocalíptico, y algunos espectadores han señalado que refuerza miradas estigmatizantes. Otros celebran que sea un thriller directo sin pretensiones sociológicas profundas.
Lo cierto es que, más allá de interpretaciones políticas, Gatillero funciona por su capacidad de tensión, su despliegue técnico y su energía narrativa.
En un panorama donde el cine de acción latinoamericano suele tener presupuestos ajustados, Gatillero destaca como una auténtica proeza técnica. No es perfecta, pero es audaz, vertiginosa y efectiva. Una película que pide ser vista sin prejuicios, lista para sumergirte durante hora y media en el corazón de un barrio y de un personaje que está tratando de escapar de sí mismo.
Mi veredicto: una experiencia adrenalínica, técnicamente brillante y narrativamente tensa.
Puntuación: 8/10.
Etiquetas: pelicula


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