Cuando pensamos en IKEA, pensamos en muebles baratos y fáciles de montar. Pero detrás de esa simplicidad hay una de las historias de ingeniería y optimización más brillantes del siglo XX.
Todo empieza en 1956, cuando el diseñador Gillis Lundgren, incapaz de meter una mesa en su coche, decidió serrarle las patas. Aquello encendió la chispa del concepto flat-pack: muebles que viajan planos y se montan en casa. Ese pequeño gesto permitió eliminar los costes de transporte y montaje, redujo los precios y redefinió toda la estrategia de la empresa.
Pero IKEA no se detuvo ahí. La madera natural era demasiado impredecible para producir en masa, así que apostaron por tableros de partículas estables y baratos. Para ensamblarlos, perfeccionaron el legendario cam-lock, el herraje que permite que cualquiera pueda montar un mueble sin herramientas complejas.
El gran salto llegó con el invento más inesperado: tableros con un núcleo de panal de abeja hecho de papel. Ligero, resistente y con solo una décima parte del material. Gracias a esta técnica, la famosa mesa LACK pudo mantenerse a 9,99 € durante décadas, incluso con la inflación.
Finalmente, IKEA llevó su filosofía más allá del producto: sus tiendas se diseñaron como un recorrido único, casi un laberinto. No vas a IKEA solo a comprar; vives una experiencia que te hace descubrir, tocar y añadir cosas al carro que no sabías que necesitabas.
La historia de IKEA es la prueba de que la innovación no siempre está en inventar algo nuevo, sino en simplificar, optimizar y democratizar el diseño.


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